En 1942, el científico y Secretario General del C.S.I.C. José María Albareda propuso a Fisac la conversión del Auditorio de la Residencia de Estudiantes en una iglesia, ya que esa institución había sido eliminada por el nuevo régimen, pasando sus edificios a ser residencias para investigadores e internado del vecino Instituto Ramiro de Maeztu. Fue el primer edificio con el que se inició el nuevo campus científico y la primera obra íntegra que realizó Miguel Fisac, con la que cosechó muy buenas críticas de escritores tan prestigiados como Lafuente Ferrari o Camón Aznar. Casi a la vez recibió el encargo del ministro de Educación Nacional José Ibáñez Martín, de urbanizar y completar el campus del Consejo que ya habían iniciado en 1927 los arquitectos Manuel Sánchez Arcas y Luis Lacasa con la Fundación Rockefeller, y en 1931 los arquitectos Carlos Arniches y Martín Domínguez con el Auditorio sobre el que Fisac levanta la Iglesia del Espíritu Santo y después, en 1947, aprovechando uno de los patios del edificio existente, la biblioteca Hispano-Alemana “Goerres”.
El desarrollo del campus del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que ocupa la parte más alta de la Colina de los Chopos, se hizo según un esquema axial que sigue la dirección de los citados edificios preexistentes, en posición ortogonal con la calle de Serrano a la que ofrece fachada el conjunto. El segundo encargo para este campus fue en 1943 el del Edificio Central del Consejo, que en principio iba a hacer Ricardo Fernández-Vallespín, aunque lo acabase desarrollando Fisac en solitario, con un potente sentido clasicista inspirado en sus conocimientos de la arquitectura del “cinquecento” italiano, y también de la arquitectura moderna mussoliniana de Milán y Roma. Casi a la vez estaba levantando el Centro de Investigaciones Geológicas y Gográficas en el extremo oriental del eje central del conjunto del CSIC, frente al Edificio Central y como entrada monumental desde la calle de Serrano a través de sus célebres propileos. En ese mismo año viajó a Granada para hacer algunos trabajos en la Casa del Chapiz, que había restaurado en 1930 Leopoldo Torres Balbás, visitando por primera vez la Alhambra, que en principio no le impresionó ante la admiración que le produjo el Palacio de Carlos V, pero sí debió producirle una inquietud sobre el sentido de la arquitectura monumentalista que se estaba haciendo en España y con la que él mismo estaba inciando su trabajo como arquitecto, porque a partir de ese momento empieza a buscar otro modo de proyectar que ya se intuye en su edificio para el Instituto de Óptica Daza de Valdés, en el mismo conjunto del CSIC, con un planteamiento más suelto y funcional a pesar de su apariencia simétrica.
Pero es el viaje que hizo en 1949 acompañado por José Antonio Balcells al centro de Europa y los países nórdicos, para visitar laboratorios de experimentación con animales por encargo del Instituto Cajal, el que le llevó a descubrir la obra de Gunnar Asplund y el Ayuntamiento de Gotebörg. La certeza de que había una forma de abordar la modernidad menos rígida y descontextualizada que la transmitida por los alemanes y holandeses en los años treinta, fue el punto de apoyo con el que elaboró una idea propia y sólida de lo que debía ser en ese momento la arquitectura, y que utilizó para orientar las intenciones de las obras posteriores.
© Vicente Patón-Alberto Tellería
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