Fundación Fisac | Centro de Investigaciones Biológicas de los Patronatos Cajal y Ferrán del C.S.I.C.
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Centro de Investigaciones Biológicas de los Patronatos Cajal y Ferrán del C.S.I.C.

Centro de Investigaciones Biológicas de los Patronatos Cajal y Ferrán del C.S.I.C.

Fecha: 1951
Dirección: C. Velázquez, 144, esquina con Joaquín Costa, Madrid Ver en mapa
Estado: Rehabilitado pero alterado
Accesibilidad:
Otros: Actualmente Secretaría General del Mar, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino. tel. 91 3476010/11/13/14/15

 

En un lugar próximo al campus del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero fuera del recinto, en la esquina que forman las calles Velázquez y Joaquín Costa, este organismo quiso levantar un instituto de microbiología, para lo cual encargó en 1949 el proyecto a Miguel Fisac, que ya había trabajado en otros proyectos del C.S.I.C. La primera labor que Fisac hizo al respecto fue la de recorrerse Europa ese mismo año para poder estudiar a fondo las tipologías similares de otros países, pero detrás de este explicable interés técnico había otra inquietud por contemplar de cerca la obra de los arquitectos modernos y por explorar modos creativos que fueran más allá de un clasicismo ya experimentado con tanto éxito como insatisfacción en las obras anteriores del Consejo. Para este viaje consiguió una beca de ocho mil pesetas con la que recorrió Europa hasta casi el polo Norte, en compañía de su amigo y compañero barcelonés José Antonio Balcells. Francia, Suiza, Alemania, Holanda, Dinamarca y Suecia suministraron a Fisac una importante experiencia sobre la arquitectura de laboratorios, pero especialmente le pusieron en contacto con la arquitectura de Günnar Asplund, cuya obra de ampliación del ayuntamiento de Goteborg supuso un auténtico descubrimiento sobre lo que podía ser el camino para hacer una arquitectura consecuente con su tiempo y circunstancia. Tras esta experiencia Fisac concibe un edificio con planta en “V” ajustado a las alineaciones de las dos calles, que corta su vértice mediante un cuerpo de mayor altura y curvatura cóncava hacia el exterior dejando un gran patio ajardinado y abierto hacia el mediodía. Las dos alas longitudinales alojan los laboratorios, en tanto que el torreón curvo contiene las dependencias para los animales de experimentación, de forma que se establece una clara separación en tres bloques edificados que funcionan de modo independiente aunque enlazados en algunas de las plantas. La fuerte simetría de esta planta, que alcanza incluso a la disposición de las escaleras y de los pórticos abiertos en planta baja que comunican las calles con el patio central, está sutilmente matizada por el tratamiento que se da a la fachada cóncava -en cierto modo la principal y más visible- y que en lugar de enfatizar el eje central, dirige la atención del espectador hacia dos elementos clavados en la tersura del limpio y mudo cuenco de ladrillo: un púlpito en voladizo que rompe la línea de cornisa en el lado izquierdo, y una fuente escultórica de piedra blanca y bronce que se adosa a la base en el lado derecho. Estas dos inclusiones en diagonal y el ingenio de aprovechar la presencia de una escalera en el centro para colocar los escuetos huecos de esa fachada en damero, crean tensiones diagonales de gran magnetismo a la vez que un perfecto equilibrio. El púlpito como presencia que se arroja hacia adelante y la figura escultórica que empuja el zócalo del edificio hacia dentro, sugieren además un movimiento de giro que contrapone su vigor cinético al denso y mudo torreón de ocho pisos de arcilla, y responden a una preocupación de este arquitecto en ese momento, que le lleva a proclamar que “no hay arte sin tensión ni belleza sin equilibrio”. Tanto la piel visible de este volumen central y los pliegues que dan luz indirecta a los finales de los pasillos de los dos bloques de laboratorios, como los testeros de esos bloques, están construidos en ladrillo macizo áspero, terroso y aparejado con profunda llaga, en tanto que todas las caras profusamente fenestradas de los bloques laterales y el lado interior del torreón, se cierran con un tipo de  ladrillo hueco diseñado por el propio Fisac.
Este invento es la primera patente de una larga serie de indagaciones que hace Miguel Fisac en la búsqueda de un lenguaje coherente con las nuevas técnicas constructivas, y nace de la reflexión acerca de las fachadas cuando ya han perdido su sentido estructural y masivo al colgarse de una osamenta estructural portante. Ve carente de sentido el emplear el pesado ladrillo macizo para asegurar el necesario aislamiento, pero por otro lado no quiere renunciar al uso de la arcilla como material más duradero, seguro y económico que las planchas prefabricadas de metal, plástico o madera. Estudia entonces un ladrillo hueco con la cara exterior inclinada y rematada con un goterón que produce el solape de cada hilada con la inferior. De ese modo se garantiza la estanqueidad ante la lluvia y se consigue una presencia plástica “interesante”, que acusa la naturaleza ligera de tales lienzos y recuerda en cierto modo al entablado de las construcciones nórdicas en madera. El aislamiento se consigue mediante una cámara rellena de aislante y un doblado interior del muro con rasilla. Entre ambas capas se insertan las ventanas de madera pintadas de blanco que tienen la peculiaridad de ser basculantes y formadas por dos vidrios que alojan entre ambos una cámara que contiene la persiana graduable. Estos huecos de formato vertical e inspiración nórdica se enrasan con la superficie de la fachada para acentuar la sensación de levedad que expresa su auténtica naturaleza, en contraposición con los huecos hundidos en los macizos muros del torreón. De forma parecida al planteamiento de “unidades de trabajo” que establecían las ventanas en el Instituto de Óptica, en este centro se convierten en el módulo que permite distribuciones flexibles de las plantas de los laboratorios.
La obra tiene la cualidad de producir una de las más bellas esquinas de Madrid, con una plasticidad a la vez potente y amable, que esconde tras su aparente sencillez una gran sabiduría en el manejo de los elementos propios y necesarios de la arquitectura, y que consigue con recursos mínimos una sensación de serenidad y cierto misterio. Como en tantas otras obras de este autor hay una importante atención al papel de los artistas en la arquitectura, que aquí se evidencia en la fuente biomórfica con una figura humana que se apoya en el muro y entre cuyos dedos resbala el agua, realizada por el escultor Carlos Ferreira según idea propuesta por el arquitecto, o en la fuente de piedras del patio que mostraba unos pequeños ratones de fundición de aluminio de Susana Polack, en homenaje a la deuda con estas víctimas de los avances científicos y en recuerdo a los que dibujó Fisac en su encierro durante la Guerra Civil. Los detalles de las escaleras despegadas de su caja mural, los pórticos sobre escalinatas hacia las dos calles, con los pilares en “V” revestidos de finas lajas de piedra blanca de Colmenar y las vigas vistas, los zócalos de piedra que protegen las partes inferiores del ladrillo hueco, la jardinería paisajista del patio, perdida durante años y ahora recuperada, y tantos otros detalles, destacan a esta obra como una de las más refinadas que realizó Miguel Fisac, y que habría merecido un mayor cuidado en la reciente restauración que ha sufrido al convertirse en sede de la Secretaría del Mar, pues si bien se han recuperado las fábricas de ladrillo, se ha alterado erróneamente la silueta de la torre con instalaciones situadas en su azotea, y se ha perdido en buena parte la calidad original de los espacios interiores.
© del texto Vicente Patón-Alberto Tellería
© de los planos y fotos de época Fundación Fisac
Como autoría de las fotos actualesRamón Ruíz Valdepeñas
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