Fundación Fisac | Instituto Laboral en Daimiel
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Instituto Laboral en Daimiel

Instituto Laboral en Daimiel

Instituto Laboral en Daimiel

Fecha: 1951-1953
Dirección: C. Molinos, Daimiel, Ciudad Real Ver en mapa
Estado: Conservación parcial con notables alteraciones
Accesibilidad:
Otros:
Interesado por implantar en España las experiencias alemanas en formación profesional, Miguel Fisac solicitó en 1949 directamente al entonces Ministro de Educación Nacional José Ibáñez Martín, el levantamiento en Daimiel de un instituto laboral, que habría de ser el primero de una serie de edificios dedicados al mismo fin, pues antes de que concluyeran las obras de éste en 1953, ya había en marcha otros dos en las localidades de Hellín y Almendralejo. La circunstancia especial de poder proyectar una obra en su pueblo natal supuso un cambio importante en la actitud de un Fisac y en un momento en que acababa de realizar dos viajes fundamentales en su personal aventura arquitectónica: el que hizo a los países nórdicos en 1949 y el de Japón en 1951. Estas experiencias y el redescubrimiento que por esos años hace de la Alhambra, le llevan a liberarse por completo de patrones compositivos prefijados, y así lo expresa cuando reconoce a este instituto como su primera cración genuina y de corte orgánico, en la que por fin puede aplicar de forma decidida los cuatro principios básicos en los que asentará su futura producción arquitectónica. Estas máximas las expresa Fisac en forma resumida como “¿para qué?”, “¿dónde?”, “¿cómo?”, o “un no se qué”; preguntas y duda que él califica de “itinerario mental” y que en su conjunto expresan la forma de priorizar las intenciones con las que se debe abordar un proyecto, evitando de esta manera los parámetros clásicos derivados de la arquitectura italiana que había tenido en consideración hasta ese momento, en favor de una arquitectura que Juan Daniel Fullaondo calificó en su día como neo-empírica y evidentemente motivada en este caso por una honda experiencia del campo manchego. El arquitecto que ha estudiado y construido en la gran ciudad y ha viajado por el mundo, vuelve a su lugar de origen, y allí y entonces, es cuando puede ser original.
En este edificio de Daimiel, Fisac parte de un programa consistente en aulas, talleres, laboratorios, zonas de servicio, salón de actos, y en principio una capilla que nunca se llega a construir, pero que en planta se asemeja a la que en ese momento está proyectando para el colegio de los Dominicos en Valladolid. Él mismo comenta que trabajó con unos cartoncitos que representaban a escala los espacios idóneos para cada actividad, que fue reagrupando y relacionando hasta concebir una planta en “V”, quizá basada en la del Instituto Cajal de Microbiología, pero en la que se han perdido por completo las simetrías para dar lugar a un organismo articulado con bastante libertad, que combina espacios de distintas escalas sin pretender una vista axial o dominante sino más bien una multiplicidad perceptiva difícil de asimilar en un sólo golpe de vista. Las dos ramas de la “V” abrazan un patio abierto a poniente tratado como un jardín con un estanque y una fuente, lugar de encuentro y reposo que aporta un oasis habitable en la reseca meseta manchega. El vértice en que se encuentran los dos brazos del edificio configura un vacío que sirve a la vez como vestíbulo y salón de actos, trasunto de esos amplios portales o zaguanes de las casas manchegas, dotados con suficientes sillas de enea como para permitir en el buen tiempo cierta vida social en la corriente de aire fresco que se produce entre la calle y el corral.
La construcción está basada en los modos tradicionales de la Mancha de muros de tapial, vigas de madera y cubiertas inclinadas de teja árabe, aunque en sus detalles esté llena de ingeniosos artificios del arquitecto como las lamas verticales de madera que regulan la luz de las aulas y sirven de cierre protector, o los techos de estructura metálica en diente de sierra del vestíbulo, que están revestidos con unos paneles ligeros y curvados que conforman un techo ondulante, en parte practicable mediante unas planchas abatibles que permiten oscurecer la sala cuando se quieren hacer proyecciones. El conjunto de estancias con distintas alturas y orientaciones se muestra al exterior que mira a la población, por el cuerpo lineal y rítmico de las aulas marcado por potentes pilastronas encaladas como todo el conjunto, entre las que se abren los ventanales protegidos por lamas pintadas de añil; juego de blanco y azul característico del sur mesetario que se extiende a todos los edificios. En segundo plano se advierten los dientes de sierra del vestíbulo entre los que destaca uno de mayor altura que facilita el acceso a cubierta, y que del lado interior del patio se muestra como un torreón prismático con una cara cóncava, lo que crea un desconcertante juego óptico que cuesta descubrir en una mirada inicial. Esa presencia acumulativa pero serena, y que no disimula su condición fabril, expresaba elocuentemente el carácter de un edificio a medio camino entre la escuela y el taller, y lo integraba con absoluta naturalidad en el paisaje rural circundante de aquellos años, aunque en su momento provocase las reticencias de quienes esperaban una arquitectura de corte capitalino y monumentalista. Contaba Fisac como tuvo que “engañar” a los operarios para hacerles encalar la obra diciéndoles que convenía para tapar los poros del tapial mediante el clásico sistema de tirar la cal con el jarrillo, sorprendiéndoles cuando les hizo saber después que la obra se iba a quedar así, con ese aspecto de “casilla” o casa rural, que a algunos lugareños pretenciosos decepcionó pero que a Fisac enorgulleció, porque era en realidad lo que buscaba. Era esa belleza esencial e intemporal de las construcciones ligadas a la tierra y al lugar lo que a este arquitecto le abrió el camino para romper no pocas convenciones tanto de lo que se podía entender en aquel momento por académicamente clásico, como de lo moderno contemplado con el carácter lineal y excluyente con que lo hacía el GATEPAC.
El tiempo no ha sido piadoso con esta obra crucial, y aquel desdén inicial de algunos vecinos de Daimiel ha lastrado el destino del edificio, que en cuanto quedó desprotegido de la sensible mano de su primer director, fue sufriendo el acoso del tiempo, y la falta del mantenimiento que requiere este tipo de construcciones. La parte norte desapareció y se fueron haciendo añadidos poco adecuados, además de cambios tan desafortunados como el desplazamiento de la mítica fuente –una de las imágenes más recurrentes de la arquitectura orgánica española- desde el interior del patio, donde emitía su controlado rumor rodeada de árboles y hierba, a un degradado rincón del exterior, torpemente pavimentado y sin el agua ni el caño original de boca de tinaja.
El problema de esta obra no ha sido sólo la falta de mantenimiento, sino que las reformas y supuestas mejoras que ha sufrido a lo largo del tiempo han ido mermando su calidad hasta hacerla casi inapreciable, y sólo una actuación decidida y controlada podría recuperar sus valores.
© del texto Vicente Patón-Alberto Tellería
© de los planos y fotos de época Fundación Fisac. Kindel
Como autoría de las fotos actuales Ramón Ruíz Valdepeñas
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